Desde que era pequeño, se
me hablaba de las visitadoras sociales que asistían a los barrios donde vivían
mi mamá y mi papá respectivamente, ambos en ciudades distintas (La Pastora –
Caracas / 23 de Enero – Maracay); que eran órdenes de asistir y corroborar el
estado de salud y vida de las personas que solicitaban ayudas económicas. Años
después supe que su carrera era la de trabajo social.
Hoy por hoy, cuando el
populismo y el despilfarro, además de una supuesta igualdad (hacia abajo), nos
consume, y no hablando sólo de Venezuela sino del resto de Latinoamérica,
comprendo y aúpo más a que asistan más profesionales en trabajo social para poder
depurar los gastos del Estado.
Claramente que a los
mantenidos y o a los que creen que el papá estado es obligatorio y que de todo
lo que se genere como país nacional debe ir hacia el bolsillo directamente y
que con ello moveremos a la economía al 100%.
Todos los que estamos
abriendo los ojos a la economía, pragmatismo y real humanismo, entendemos que
el estado debe crear las condiciones apropiadas en las cuales nosotros nos
podamos desenvolver. De allí que se enfoquen en salud, seguridad, energía, vialidad,
urbanismo y controlar la emisión monetaria y el despilfarro en sandeces.
Allí es donde cada uno de
nosotros debe incluso aplicar esa enseñanza bíblica de “ganar el pan con el
sudor de nuestra frente”; si el estado
quiere participar con el dinero público, abrir créditos que se paguen a un
interés distinto, pero que siempre genere ganancia al país, ya que el poder
ejecutivo es quien gestiona los interese de la nación toda.
Las personas que ejercen el trabajo social
En su mayoría mujeres –no
limitativo-, ameritan recobrar ese sitial de honor y de apoyo a las
comunidades, revisando claramente quién o quiénes ameritan de ayuda directa del
estado y en qué cantidad o forma, evitando así que quienes están en edad
productiva se planten a sólo vivir de dádivas del estadio, que además de
comprar voluntades –o subyugarlas-, va socavando al erario público.
Esta medida claramente
que molesta a una masa ya acostumbrada a ser subvencionada e incómoda a quienes
ganan prebendas de dichas subvenciones, por lo que se entiendo el motivo de que
el trabajo social esté ya tan relegado.
Esas mujeres que subían
cerros o entraban a zonas rurales casi que olvidadas por los mapas y atenían a
niños, ancianos, personas con incapacidad para laborar, así como apoyo a los
indigentes como a los indígenas, realmente que son profesionales de alto estirpe
y que ameritan el aplauso de esta y las siguientes generaciones, tal cual lo
fuera en el siglo XX, desde los tiempos del general Eleazar López Contreras que
tanto las aupó.
Todo lo ahorrado por no
estar dando bonos o subvenciones a quienes están cognitiva y físicamente aptos
para producir su propio dinero gracias al trabajo fecundo y creador, terminará
llegando a ellos en forma de obras para el agua, electricidad, gas y ahora el
internet, todos estos servicios considerados como derechos humanos.
Porque el trabajo social
no viene a quitarte derechos, sino a crear el verdadero equilibrio y el
humanismo que amerita palparse en y por el estado. Esos ahorros también se
transformarán en menos impuestos para mantener, menos impresión de dinero y,
por ende, bajar la inflación, logrando así que el salario alcance para lo
esencial.
El trabajo social permite
ser cercano a las personas necesitadas en lo físico, psicológico e incluso
espiritual. Es inspirador y a la par, se enfrenta contra aquellos que quieren
aplicar la hostilidad o pensamientos obtusos o mezquinos, buscando la equidad y
sacar más a flote la humildad que se sabe es propia de las personas más nobles
y –perdonando la redundancia-, humildes.
No sé ustedes, pero si yo
fuera Presidente, motivaría que esta carrera se retomase con más fuerza en las
principales universidades por mis connacionales y podríamos analizar la
realidad del país desde lo más cercano, junto a varios temas relacionados más,
que se alejen del populismo o pragmatismo, embebidos en lógica y humanismo (que
sí son posibles de lograr en un país sano mental y espiritualmente).
Eso afinaría los planes
sociales, se enfocaría en mejor ayudar al necesitado e inspirar al trabajador a
cuidarse y crecer, sin que llegue a sentirse desamparado sólo porque se ayuda
más a otros, sino dándole a entender que cada quien, según su potencial,
amerita más o menor ayuda, pero que siempre se le considerará lo que es: un
ciudadano venezolano, con deberes y derechos en franco equilibrio.
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