En el corazón del Museo Nacional de Antropología de México yace un monumento que trasciende el tiempo y la cultura: la Piedra del Sol, popularmente conocida como Calendario Azteca. Esta colosal escultura de basalto, con casi cuatro metros de diámetro y un peso de más de veinte toneladas, es una obra de arte prehispánica y un compendio astronómico, cosmológico y ritual que encapsula la visión del universo de la civilización mexica.
Descubierta en 1790 durante
excavaciones en la Plaza Mayor de la Ciudad de México, su intrincado
diseño ha fascinado a historiadores, arqueólogos y el público en general
durante siglos.
La Piedra del Sol no es un
"calendario" en el sentido moderno de la palabra, aunque sí contiene
información calendárica crucial. Es, más bien, un altar de sacrificios o una
representación simbólica del tiempo y el cosmos. En su centro, la deidad
Tonatiuh, el dios del Sol, con la lengua de obsidiana saliendo de su
boca, simboliza la necesidad de sangre para mantener al Sol en movimiento.
Rodeando a Tonatiuh, se
encuentran los glifos de los Cuatro Soles o Eras Cósmicas anteriores a
la actual, cada una terminando en una catástrofe y dando paso a una nueva
creación. La era actual, el Quinto Sol, está destinada a terminar en un
terremoto, según la cosmovisión mexica.
Más allá de esta
representación central, la Piedra del Sol detalla los dos sistemas calendáricos
principales de los mexicas. El primero es el Tonalpohualli, un
calendario ritual de 260 días, compuesto por la combinación de 20 signos de
días y 13 numerales. Este era utilizado para la adivinación y para determinar
los momentos propicios para ceremonias y sacrificios.
El segundo es el Xiuhpohualli,
un calendario civil de 365 días, similar al nuestro, que seguía el ciclo solar
y estaba dividido en 18 "veintenas" (meses de 20 días) más 5 días
"nefastos" o vacíos al final del año, conocidos como Nemontemi.
La combinación de ambos calendarios creaba un ciclo de 52 años, momento de gran
significación ritual que marcaba el "amarre de los años" y la
renovación del mundo.
Los bordes de la Piedra del
Sol están repletos de símbolos que representan las constelaciones, los rayos
solares y los signos de los días, reflejando una profunda comprensión
astronómica. Los mexicas observaban los movimientos celestes con gran
precisión, y su calendario era una herramienta esencial para la agricultura, la
planificación de festivales y la legitimación del poder imperial.
La complejidad de sus inscripciones nos habla de una sociedad avanzada que integraba la astronomía, la religión y la vida cotidiana en una cosmovisión holística.
Historiadores como Eduardo
Matos Moctezuma, una autoridad en la cultura mexica, han dedicado
varios temas de investigación a desentrañar los misterios de la Piedra del Sol,
destacando su importancia no solo como objeto calendárico sino como una
manifestación de la ideología imperial y religiosa de Tenochtitlan. Para
los mexicas, el tiempo no era lineal sino cíclico, un constante devenir de
creación y destrucción que debía ser sostenido por la acción humana.
Calendario Azteca: Un símbolo vigoroso en la modernidad
A pesar de los siglos
transcurridos desde la caída de Tenochtitlan y la imposición de la cultura
europea, la Piedra del Sol goza hoy de una vibrante presencia en la cultura
mexicana y latinoamericana. Lejos de ser una mera pieza de museo, su imagen se
ha convertido en un potente símbolo de identidad nacional y orgullo
prehispánico.
En México, la Piedra
del Sol adorna innumerables objetos, desde artesanías y joyería hasta camisetas
y murales urbanos. Es un emblema omnipresente que representa la riqueza del
pasado indígena y la resistencia cultural frente a la colonización.
Las escuelas enseñan su
significado, y los artistas contemporáneos la reinterpretan en nuevas obras,
dándole una vida renovada. Se ha transformado en un ícono que conecta a los
mexicanos con sus raíces profundas, un recordatorio constante de que su historia
no comenzó con la llegada de los españoles.
En otros países de
Latinoamérica, especialmente aquellos con fuertes legados
indígenas, la Piedra del Sol o Calendario Azteca también es reconocida y valorada como parte de un
patrimonio cultural común. Su imagen evoca la grandeza de las civilizaciones
prehispánicas y sirve como un punto de referencia para discutir la identidad,
la ancestralidad y la resiliencia cultural en la región.
Sin embargo, la percepción de
la Piedra del Sol no es uniforme. Para la Iglesia Católica,
especialmente en contextos más conservadores, el calendario azteca es visto a
menudo como un símbolo de "paganismo" o de prácticas
idolátricas prehispánicas.
Desde la perspectiva evangelizadora colonial, y a veces contemporánea, los elementos religiosos de la Piedra del Sol, como los sacrificios o la veneración de deidades solares, chocan directamente con la doctrina monoteísta.
Durante la época virreinal, la
Piedra del Sol fue enterrada y olvidada por casi 300 años, una clara muestra
del intento de suprimir las prácticas religiosas indígenas. Hoy, aunque el
diálogo interreligioso ha avanzado, la Iglesia Católica no promueve
activamente el uso o la veneración de símbolos prehispánicos en contextos
religiosos.
En cambio, se enfatiza la
conversión al cristianismo y la supresión de elementos que puedan ser
interpretados como "sincretismo pagano". Para la Iglesia, la
Piedra del Sol es un objeto arqueológico y cultural, pero no un elemento
que deba ser integrado en la fe católica.
A pesar de esta dicotomía en
su interpretación, la Piedra del Sol sigue siendo un testamento viviente de la
complejidad y sofisticación de las civilizaciones precolombinas.
Su persistencia en la cultura
popular mexicana y latinoamericana es un recordatorio de que las tradiciones y
símbolos ancestrales tienen un poder innegable para forjar identidades y
mantener viva la memoria de un pasado glorioso.


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