Si yo
fuera diputado, de seguro sería
discutido y atacado por no manejar varios temas que parecen recurrentes en las
cámaras de diputados, asambleas, congresos, cámaras de representantes en
diversidad de países. A saber:
-
No
discutir tonterías y menos llevarlas a colación.
-
Por saber
darle la majestad al recinto y al cargo de elección popular que me fue concedido.
-
Evitar caer
en peleas pueriles que se alejan de parlamentar.
-
Usar el
dinero público para representación que no es tal.
-
Salir a
mentir o a defender al mentiroso.
-
Dejarme llevar
por ideologías banales que me hagan realizar o apoyar propuestas que sólo
benefician a un sector minoritario y de oscuros intereses.
Porque
cada día, desde cualquier país, sale un diputado o diputada con alguna
barbaridad decepcionante, asombrosa, alejada de la moral y las buenas
costumbres y siempre con su cara tan lavada, respaldada por su bancada y
partido que están igualmente metidos en el asunto.
Se les
olvida la calle que los ha elegido, ni siquiera compran una rifa para ayudar; pasan
a ser tan gregarios que ni sus más cercanos le ven constantemente, salvo en la
televisión o medios digitales y cuando están sumergidos en un escándalo.
Claro que
no son todos, pero son bastantes, demasiados, incluso con la desfachatez de
sentirse humillados si les hacen ver sus errores y se amparan por un blindaje
de leyes creadas para defender sus derechos a hacer lo que les sale del forro
de la gana.
Si yo
fuera diputado de seguro sería atacado verbal y físicamente, convirtiéndome en
un objetivo dentro y fuera del país, sin importar de qué nación sea yo, eso se
está volviendo una constante. Nada más vean las sesiones en Europa, América y algunos
países asiáticos y africanos y verán que es tan común que ya se ha normalizado.
Sólo China,
Corea del Norte y Rusia no tienen a diputados ridículos alegando cosas
barbáricas ni comportándose como reyezuelos vividores en las calles y no por
decencia o disciplina, sino porque el pescuezo no retoña y saben que se lo van
a buscar si pifian a las órdenes unilaterales que les dictan de arriba y que
les consiguieron esos cargos de relleno.
Parlamentar
es lo que haría si yo fuera diputado, con la intención de escuchar, sopesar y
esperar que las contrapartes hagan lo mismo o similar, buscando puntos de
encuentro que sean una solución bipartita que al final, se haga una sola y para
las mayorías.
Por eso
es que no tengo esperanzas de serlo, ya que en esta época lo que hay son
cínicos y genuflexos, que no aportan algo a la humanidad ni por equivocación.
Y si yo
fuera diputado, de esos que sí son buenos y por ende invisibilizado por los
medios tradicionales y digitales comprados, mi legado estaría acallado y los
aportes desechados sin fundamento alguno.
Aunque con
la comunión de los buenos y sabiendo entrar al pantano sin mancharme, como el
cisne, tal vez pueda crear la diferencia, esa que los malos diputados,
congresistas, asambleístas, senadores o representantes temen y que defienden
con palabras y acciones que dan asco y parecen peleas de barrio a cuchillo.
Se han
visto caso de buenos diputados. Y posiblemente haya más, lo que toca es que los
buenos les defendamos y acompañemos con equidad y difusión, sin enfermiza adhesión.
Si yo
fuera diputado, le daría valor a ese trabajo por el cual obtendría mi salario,
bonificaciones e inmunidad parlamentaria, nada más, porque nada más puedo
aceptar por buena gente, estudiado y correcto, como debería ser cada diputado a
nivel mundial.
Pero parece
que los malos sí gustan de postularse para vivir del hacer poco y decir nada útil.
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