Varios Temas: EL LENGUAJE "PROGRE" COMO CAMPO DE BATALLA

lenguaje progre


La percepción de que "todo ofende" se ha convertido en una queja común en el debate público. Existe una sensación generalizada de que lo que antes se consideraba simple sentido común o verdades irrefutables, y que pasaba sin ser cuestionado, ahora es motivo de controversia, indignación o censura. Sin embargo, este fenómeno no se debe a una súbita hipersensibilidad colectiva, sino a la convergencia de varios factores sociales, tecnológicos y filosóficos que han transformado radicalmente la forma en que entendemos la verdad, la identidad y el poder.

 

El desplazamiento del consenso y la visibilidad de la diferencia

Históricamente, muchas ideas "aceptadas" eran simplemente el consenso de un grupo dominante (cultural, racial, de género o económico), mientras que las voces disidentes eran marginadas o silenciadas. Lo que se percibía como "verídico" no era universal, sino un conjunto de normas impuestas.

El auge de la conectividad digital y las redes sociales ha roto el monopolio de la información que antes tenían los medios tradicionales y las élites. Hoy, los grupos históricamente invisibilizados o silenciados tienen plataformas para compartir sus experiencias y desafiar activamente las narrativas históricas.

Ya no es un diálogo entre iguales: El conflicto surge cuando estas narrativas hegemónicas son confrontadas por la experiencia vivida de los otros. Por ejemplo, un comentario que en el pasado se aceptaba como una broma inofensiva o una verdad biológica simple, ahora es analizado bajo el prisma de la discriminación o la exclusión.

La verdad es situada: La "ofensa" ocurre porque el discurso desafiante revela que una verdad aceptada para un grupo es, en realidad, una fuente de dolor o marginalización para otro. Este choque de perspectivas hace que el antiguo "verídico" se sienta, en el contexto moderno, como un ataque a la dignidad. Como señala la sociología, las narrativas dominantes a menudo se naturalizan al punto de volverse invisibles, hasta que son nombradas y desafiadas por quienes sufren sus consecuencias.

 

Identidad, pertenencia y la lucha por el reconocimiento

El debate contemporáneo está profundamente anclado en la política de la identidad. En un mundo cada vez más individualizado y fragmentado, la pertenencia a un grupo social o cultural (por raza, género, orientación, etc.) se ha convertido en una fuente principal de significado y validación. Esto conlleva una mayor sensibilidad hacia el lenguaje y los símbolos que validan o niegan esa identidad.

El lenguaje como campo de batalla: Cuando una persona o grupo se siente atacado por una afirmación, ya sea sobre su historia, sus características o sus derechos, esa ofensa es una respuesta a la percepción de que su existencia o validez está siendo negada. En este contexto, el "verídico" que ofende es visto como una herramienta de dominación o exclusión.

La lógica de la cancelación: La rápida viralización del descontento en línea crea lo que se conoce como "cámara de eco", amplificando las voces que demandan justicia o reconocimiento. La ofensa se transforma rápidamente en un llamado a la acción punitiva (la cultura de la cancelación) contra el ofensor. Esta reacción, a menudo desproporcionada, busca proteger la identidad del grupo frente a lo que perciben como una amenaza existencial al consenso interno de ese grupo sobre su propia validez. Según la psicología social, las amenazas percibidas a la identidad del grupo a menudo desencadenan respuestas defensivas extremas.

 

La paradoja de la polarización y la responsabilidad discursiva

Paradójicamente, la búsqueda de una mayor sensibilidad y precisión en el lenguaje ha conducido a una mayor polarización. Los debates ya no se centran en los hechos, sino en la interpretación moral de esos hechos y de quién tiene derecho a hablarlos.

Fin del terreno neutral: En el pasado, existía la idea de un "terreno neutral" donde los hechos podían debatirse fríamente. Hoy, se reconoce ampliamente que el discurso nunca es neutral; siempre lleva implícitas dinámicas de poder. Por lo tanto, lo que ofende es la irresponsabilidad discursiva: la negativa a reconocer el impacto social del lenguaje, especialmente cuando proviene de una posición de privilegio.

El costo de la honestidad brutal: Para muchos, la honestidad implica simplemente decir lo que piensan ("decir la verdad sin filtros"). Sin embargo, la sociedad moderna exige una mayor conciencia del impacto. Lo que se percibe como la verdad "dura" y "sin adornos" es, para el ofendido, un acto consciente de insensibilidad o un intento de preservar un sistema que les perjudica. El desafío no es dejar de hablar, sino aprender a medir las palabras y asumir la responsabilidad por el dolor que las verdades de uno pueden infligir en la realidad del otro. La ofensa, en este sentido, es un indicador de que el costo de la libertad de expresión de un individuo está siendo pagado con la dignidad de otro.

Lcdo. Argenis Serrano 

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