En 2018
conocí a una dama -bueno, la conocía porque yo era cliente asiduo a su agencia
de loterías-, que, luego de yo ganarme un triple (un hecho de una vez al año),
le dejé mis datos de pago móvil para cobrar el premio. Y ya conectados,
comenzamos a chatear.
Sorpresa grande
para mí cuando me dijo, “tú me gustas” y sorpresa para ella cuando le confesé
que el sentimiento era recíproco, pero jamás le había dicho algo porque, tan
linda que era, seguramente tenía esposo e hijos. Y no, no los tenía.
Comenzamos
a contarnos nuestras cuitas y gustos, coincidiendo en algunos y siendo opuestos
en otros. Aún así, el 05 de octubre de 2018, nos dimos nuestro primer beso, el
cual ella manifestó como único, ya que la así por la cintura y la traje hacia
mí como en esas películas románticas de los años 40 y 50, algo que para mí es el
cenit del besar de verdad, con presencia, entrega, pasión, fusión.
La reconozco
como una de las más maravillosas experiencias de toda mí vida. Con el transitar
de los días, se la pude presentar a varias amistades e incluso vino a mí casa el
primero de enero a ofrecerme sus hallacas y a caerle bien a mis padres.
No, no éramos
novios, sólo salíamos y desarrollamos vínculos de pareja que voy a omitir
porque son estrictamente nuestros, sólo acotando que siempre fueron
satisfactorios.
¿Por qué
no nos hicimos novios?, acá van las razones. Primero, ella estaba alejándose de
una relación bastante desigual y triste con un hombre un tanto mayor,
indiferente, con hijo y que sólo necesitaba saber que había alguien a su lado,
sin ser ambos uno.
La anécdota
que de él supe y que sigo tomando como chanza y a la vez ejemplo de lo que no
se debe hacer, decir y sentir, es la siguiente:
“Una
vez ella (con quien salí), necesitaba pagar algo importante y eran Bs.300.000
(bastante para el momento), y le comentó su preocupación. Él sólo le dijo ¡¿Y
es que acaso tú no los tienes; eso lo tiene cualquiera?!, con la mayor
displicencia e indolencia habida y por haber”.
Cuando escuché
esa anécdota y otras, sentí que ya lo odiaba y que no sería como él. Pero,
aunque no fui como él, un inútil para ella muy a mí manera y se los cuento.
Quienes me
conocen saben que tengo la opinión de que sólo Condorito y Los Tres Chiflados
buscan novia sin tener dinero, que hacer eso es de irresponsables y trae más
separaciones y problemas a futuro que cualquier otra cosa.
Por eso y
porque ella no había terminado la relación anterior con firmeza -al menos que
yo supiera-, no le pedí que fuera mí novia. Además, por cosas del destino ella
ya no estaba en edad reproductiva y les juro que yo quería un hijo con ella,
porque me aceptaba como soy físicamente, porque es linda, abnegada, respetuosa
y humilde.
Me dolía
cuando ella se comparaba con mi nivel de estudios, como que si mi licenciatura
era impedimento, como cosa de telenovela. Pero cuando estábamos juntos, todo
era limpio y tranquilo.
La debacle
Cuando comenzamos
a salir le dije que no soy amigo de los apodos, pero ella insistía en decirme “mí
amor”, algo que aunque en este caso era propicio, seguía haciéndome ruido de
incomodidad. Pero lo peor era lo de “flaco” o “mi bemboncito”, por mis labios;
ambos apodos, venga de quien venga, me chocan a rabiar.
Una vez,
ya llegado agosto y luego de su cumpleaños y de no vernos mucho porque estuvo 2
meses de vacaciones reglamentarias, me escribe por WhatsApp y me dice “flaquito
bello”; yo, sin rabia pero evidentemente escrito y resultando pedante, le dije,
¿Por qué nunca me dices mí nombre, si yo siempre te llamo por el tuyo?, llega a
resultar algo molesto y decepcionante.
Allí comenzó
la debacle de lo que llamamos relación.
No bastaron
las disculpas digitales y en persona; incluso al estar juntos se sentía la
frialdad. Todo había cambiado y se percibía.
Llegó pues
el día 31 de octubre de 2019 y me escribió las crípticas y fácticas palabras “tenemos
que hablar”; me acerqué a su lugar de trabajo y comenzó con calma pero molesta,
su descarga hacia mí.
Me reclamó
lo del apodo, que un día estando yo molesto, terminé yéndome molesto porque
ella me dijo ¿Qué le vamos a hacer?, una frase muy típica en las mujeres -al
parecer-, para amortiguar cualquier problema, cosa que nunca ocurre ni
consuela.
Me
reclamó que yo veía Los Simpson, algo que no sé por qué vino a colación, pero
fue la expresión anterior a la más fuerte -y reconozco que debida-, queme lanzó
esa fatídica tarde:
“¡Siento
que contigo no voy para ninguna parte, ni siquiera me pediste que fuera tu
novia!”; en ese momento me enteré de su boca que tenía como 4 meses de haber
terminado con su expareja de 09 años. Despistado yo y lo asumo.
Aseguró indignada
que luego de la anterior experiencia y esa conmigo, ya no lo intentaría más. Le
pedí que no pensara eso, que por culpa de dos imbéciles no debían pagar los
demás y que con ella, cualquier hombre bueno ganaba el cielo.
Me despedí
diciéndole que, bueno, ya no pisaría el interior de la agencia de loterías y
que lamenté mucho sí le hice perder su tiempo, interés, ganas, respeto y que la
intimidad de seguro no me la merecía. No me respondió.
Llegué a
casa pero en vez de estar triste o perturbado, mí mente estaba ocupada en la
incomodidad de que el servicio de Internet de CANTV no funcionaba desde hace
día. Me tomó días asumir que ya no podría compartir con ella, la persona que
dos años antes me regaló un chocolate en Navidad y que lo hacía por amor y yo
no lo capté.
Y con
quien compartí muchas cosas buenas e incluso las malas, como esas de conocerme
a mí mismo y mi incapacidad de equilibrarme en aquellas cosas menores que
pueden ser incidentes, siempre enfocado en las grandes.
Creí ser
mejor que los demás hombres y era del mismo montón y lo aprendí a la mala.
Llegó la
Navidad de 2019 y fui a llevarle el regalo que ya le había comprado. No terminamos
como enemigos y claro que debía respetar algo que compré pensando en ella. Fue la
última vez que nos vimos a los ojos, sólo dijo gracias y se volteó.
En octubre
de 2020 (nótese lo significativo de este mes para ambos), iba entrando a una
tienda y ella venía saliendo, me vio un instante y volteó. Pasé a percatarme
que el hombre que venía delante de ella -como era su costumbre, tipo árabe o
macho mexicano-, era su ex (sí, volvió con él).
Precisamente
tiempo después, cuando todo se normalizó post pandemia, vi que él portaba una
camisa de la agencia de loterías y trabaja codo a codo con ella. Él era
empleado de una empresa de computación en la que ganaba muy bien y era
displicente.
Ella, es
hermana de los dueños de dicha agencia y otras en el país. Para mí mayor
alegría -aunque estoy suponiendo- ella pasó a ser su jefa y quizá, luego de aprender
a tener carácter para decir lo que siente y lo debido -algo en lo que
trabajamos juntos-, de seguro ella lo puso en los palitos, aunque habrá mañas
que no se quitan.
Me contenta
que no esté sola y deseo haya podido lograr tener su casa propia y mantenga la
paz que en varias cartas de amor que todavía conservo, me dijo que yo le llegué
a dar, junto a la sonrisa.
Al día de
hoy, sigo entendiendo el por qué a millones de personas en la historia el
mensaje “tenemos que hablar”, no les gusta, porque puede que resuelva un
problema, pero casi siempre es cortándolo dolorosamente de raíz.
Gracias,
mi estimada, por ser el único vestigio en toda mí vida de sentir que alguien me
quería tal como soy físicamente y que para que me quisieran para siempre, debía
también luchar y dominar a mis demonios estúpidos para que me quieran tal cual
soy en mí interior.
Y no sé
sí lo he logrado.
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