Pasamos
la vida comprando objetos que pasan y otros que se quedan. Los primeros porque
se unen a nuestras necesidades más elementales, como por ejemplo comprar un
colador para la cocina y otros como un molde para tortas, donde se hace ese
postre para celebrar cumpleaños y demás momentos especiales.
Gran
variedad de dichos objetos llegan a nosotros en ocasiones por mera casualidad,
como si de verdad estuviésemos destinados a encontrarnos con ellos.
Es
así que podemos entrar a tiendas de estilo vintage (antigüedades, recuerdos, etc.) y encontrar esa lámpara que en alguna ocasión vimos
de niños y jamás pudimos conseguir. Y que cuando llegados a la adultez
percibimos que había sido descontinuada. Pero allí está, destinada a anexarse
entre nuestros objetos más preciados.
Ocurre
por igual con las herencias que recibimos. Porque aunque la palabra herencia
trae al imaginario objetos o valores millonarios, luego nos damos cuenta que
hasta en lo más sencillo como una carta y una fotografía, hay más valor que en
el dinero.
Y
si a eso le sumamos valores morales, preparación para la vida y compartir
sentimientos y emociones, la herencia es multimillonaria, así los más
materialistas o pesarosos quieran opinar lo contrario.
Somos parte de esta cadena de objetos preciados
Quizás
éstos tiempos modernos ya sean signados por dejar herencias como un Play
Station 5 con un TV de 55” o una licuadora Oster clásica con vaso de vidrio y
no una casa, una nevera que pareciera no morir nunca o un vehículo que con unos
toques queda totalmente repotenciado; pero igualmente hay sentimiento y valor.
Porque
en cada partida que los herederos jueguen, en cada programa que vean, cada vez
que se hagan un batido, se acordarán del montón de ganas que le echaron sus
padres, tíos, abuelos o hermanos para obtenerlos o cuántas veces compartieron
juntos, forjando uno de los objetos intangibles de mayor cuantía en el mundo:
Momentos felices.
De
allí que el trabajar e invertir en objetos útiles en las áreas del quehacer,
construcción, inversión y entretenimiento, siempre será un legado tangible,
respaldado por un bien mucho mayor: Lo ejemplar que se fue para lograr las
cosas de manera constructiva, legal y progresiva.
Sin apegarse ni despegarse
Algo
que hay que tener claro con los objetos preciados, es que son eso, objetos. Que
hay varios temas a desglosar al momento de tenerlos, como el no mantener un
apego irreversible, saber cuándo hay que despegarse de ellos, sea legándolos,
regalándolos o vendiéndolos y que no vas a resucitar a nadie o hacer que
alguien te quiera por tenerlos y darlos en ofrenda.
Los
valores espirituales así como la cordura y la resiliencia para dar continuidad
a una vida próspera, puede tener en nuestros objetos más preciados un asidero
válido, mientras que nuestra salud mental y espiritual –incluso la
sentimental-, no se vean afectados.
Ni
odio a las cosas, ni un amor enfermizo. Los objetos son un punto visible y
tangible de una historia personal con muchos involucrados que tanto bien nos
hicieron.
Además,
hay que comprar objetos que verdaderamente se correspondan con nuestra
idiosincrasia y que tengan un valor real a futuro.
Pero,
sí entre esos objetos hay alguno con el cual se active una conexión y con el
paso del tiempo éste se transforme en chatarra, pues también existe el
reciclaje y sus componentes pueden ser algo nuevo que alguien de una u otra
forma, terminará disfrutando.
De
igual manera, hagamos el bien dándoles un destino progresivo, para que los
demás sientan esa felicidad que nosotros vivimos o, como dijimos en el ejemplo
al principio, que cada quien encuentre esa lámpara que dio por perdida y se
sume a sus objetos más preciados.
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